Ojos, jaulas y plumas: el deseo y los cuerpos, retratados en el lienzo

Autor: Redacción
10 agosto de 2019 - 11:39 AM

Guillermo Correa, docente de la Universidad de Antioquia, habla sobre su obra y la sexualidad en la sociedad antioqueña.

Medellín

Por: Juan Pablo Pineda Arteaga

Guillermo Correa Montoya es un docente, académico e investigador social que se ha interesado por trabajar en temas de sindicatos, así como asuntos y expresiones humanas; entre estas, el que quizá marca más su interés ha sido el de la sexualidad y las prácticas sexuales en la sociedad antioqueña, reconocida por su tradicional ideología conservadora, recatada y temerosa a los cambios.

Más allá de sus múltiples investigaciones, trabajos académicos y publicaciones, Correa es también, como se define él mismo, un “aprendiz de pintura” aficionado que pinta por placer. En las últimas semanas, este académico expuso en la biblioteca de la Universidad de Antioquia una obra titulada Ojos, jaulas y plumas, en la que expresa, por medio de colores fuertes y figuras sugestivas, su mirada sobre la sexualidad, sobre la apropiación corporal y sobre el concepto mismo de deseo en una ciudad que aún se define entre su pasado religioso y los cambios de pensamiento en la época actual.

EL MUNDO habló con él sobre su obra, su mirada a los temas que trabaja y su visión al desarrollo que tiene como artista:

 

¿De dónde surge la obra? 

Creo que hay una continuidad en mi trabajo. No me he salido mucho de un tema en el cual creo que tengo cierta persistencia y cierto interés, que es el tema del cuerpo y todos los vectores que puedan estar atravesando el cuerpo, y en ese sentido sobre todo el tema de la sexualidad, el deseo, lo periférico, la marcación, la segregación o vectores violentos que crucen sobre el cuerpo y la sexualidad. 

Este último trabajo habla de un proceso de ir planteando una mirada frente al deseo que se atraviesa y enreda a los cuerpos, que los pone en una tensión problemática; hay disfrute y culpa. Es un juego de desafío, pero también hay un repliegue de susto al mundo exterior que los mira. Por eso se llama Ojos, jaulas y plumas en general; es el juego entre el interior placentero y un exterior medianamente inhóspito.

 

 

¿Por qué cree usted que han tratado de esconder el sexo en esta sociedad antioqueña?

Otro de mis intereses como investigador ha sido el tema de sexualidad, pero en el apartado histórico. Una sociedad como la nuestra siempre ha considerado que la sexualidad tiene que ser para la reproducción activa, o sea, el sexo tiene que ser productivo en términos de ciertos rendimientos; esta sociedad no entiende lo que no vaya en términos de ganancia o rendimiento, y el sexo hace parte de esas medidas.

Esta sociedad, de algún modo, instituyó una idea muy fuerte del sexo como un deber, el sexo como producción y creo unos contornos o torniquetes sobre los placeres solamente como placeres y el deseo simplemente como deseo, pensando que el placer y el deseo hacen parte de ese ocio que históricamente la sociedad no logra soportar. Mi propuesta ha sido justamente hablar de eso, de lo que hemos callado y crear cierto pliegue cotidiano de esto que se ha buscado esconder, crear un quiebre en la anormalidad que le se ha dado a unas prácticas proscritas para ponerlas en un plano de lo simple, lo cotidiano, lo ordinario.

 

¿Cómo actuar como sociedad para entender que hay cambios en las ideas, en los momentos y en las formas de pensar el cuerpo y las libertades?

Siempre me enredo con el asunto del qué deberíamos hacer, porque me parece complicado que las sociedades terminen hablando sobre medidas frente a la sexualidad, porque se crean nuevos canales de regulación. Me parece que la sexualidad debería ser una de esas esferas tranquilas del mundo social, de la que habláramos con tranquilidad y frescura para no ubicarlo en el lugar de lo reservado, lo oscuro y lo sucio. Creo que generar un campo de tranquilidad y de exploración podría reducir las tenciones sociales. A la gente le hace falta tener más sexo para estar más relajada. Por eso creo que el cuerpo, el sexo y estas formas hacen parte en principio de la sexualidad en un sentido de diversión, del cuerpo que se apropia de sí mismo y lo pasa bien. Si fuéramos más hedonistas habría menos culpa, porque la culpa genera sujetos incómodos.

Me parece que todas esas regulaciones que ha establecido la sociedad en el tema del sexo hace que ocurran a diario asuntos delictivos en relación a esas formas del sexo, que seguramente en unos diálogos más abiertos, en los que la gente se reconciliara con su sexualidad, habría menos perversidad en algunas formas, la violencia contra los niños, por ejemplo.

 

 

¿Qué tan importante es tratar estos temas con niños y jóvenes?

Nosotros como cultura vivimos un neopuritanismo complicadísimo. Desde hace unos años se volvió un asunto paradójico: hasta los años 70 la Iglesia tuvo un domino absoluto sobre el cuerpo acá en la ciudad, en todas las formas, sobre todo en las mujeres. Los 70 y los 80 funcionaron un poco como cierta apertura sexual y digamos que en los últimos años a partir de cierto cuidado y ciertas discusiones en torno la violencia contra las mujeres y el acoso, volvimos a entrar en una condena sistemática a todas esas formas de aproximación corporal y esas formas de placer, y cada vez desexualizamos más a los niños, es decir, les sustraemos la sexualidad a los niños, entonces volvimos al asunto de no hablar sobre el tema. Si habláramos de sexualidad y todo lo que implica, el cuidado de los otros, el cuidado de sí mismo, desde edades tempranas, sería más fácil todo. Para los niños es fácil entender las dimensiones de la sexualidad y el cuerpo porque no tienen todavía los prejuicios culturales.

 

¿Para los adultos es difícil hablar de eso porque no lo entiende más allá de lo moral o ético?

Claro, porque lo viven con culpa, lo viven con susto, a intervalos entre su vida pública y su vida íntima. Se vive con demasiada ansiedad y culpa las formas del placer sexual, más que la sexualidad en sí misma. De eso no se habla con mucha gente, y cuando se habla sobre eso, se construye una idea de morbo explícita.

 

¿El desprendimiento sobre el miedo al sexo de algunos grupos sociales ha permitido crear nuevos sujetos políticos, nuevos ciudadanos, o todavía nos ha costado eso?

Creo que ha habido desde los 70, y con mucha fuerza desde los 90, una maduración de unas ciudadanías emergentes, grupos sociales que han estado discutiendo su lugar en el mundo, pensándome contra hegemónicos y planteando preguntas culturales. Ha tomado mucha fuerza el tema de las diversidades sexuales y de las mujeres, pero todavía es una fuerza que se comunica al interior de los grupos, siguen siendo formas desexualizadas. Los grupos han estado muy empecinados en hablar de identidades, pero deserotizadas de un modo específico, y creo que eso obedece a una idea de que cuando hablamos menos de sexo es más fácil el reconocimiento.

Al interior de estos grupos creo que el tema sexual ha sido interesante, aunque todavía no hace un efecto cultural clave. Pero también creo que hay amarres por el desconocimiento de las lógicas del deseo. Me parece que muchos grupos de diversidades sexuales plantean sexualidades políticamente correcto, pero deseo se escapa de eso. El sexo no se define desde los discursos racionales, porque el deseo es potencia y fuerza y explosión. Es como un intento de regular ya no desde lo cristiano sino desde lo político.

 

 

¿Esta sociedad le tiene miedo al pensamiento, a la posibilidad o a la acción sexual en sí misma?

Le tenemos miedo a las imágenes. Podemos jugar mucho con las palabras y con la ausencia de representación, que es una representación en sí misma, pero tenemos problemas sistemáticos con las imágenes, porque se vuelven contundentes, provocadoras o incómodas. Me parece por ejemplo que Débora Arango lo que hizo fue exponer las carnes, esas carnes que están hablando de vicios, atropellos y violencias culturales.

Esta sociedad es capaz de lidiar con el desnudo políticamente correcto y estéticamente despolitizado, esa carne liza que no tiene pliegues y no habla de violencia, ni pobreza ni injusticia. Pero esta sociedad, respecto a la carne que habla de nuestras miserias, nuestras violencias o todo aquello que intentamos constreñir, se estremece cuando se la muestra a los ojos.

 

¿Por qué esta sociedad valida más fácil el dolor que el placer?

Porque nuestra formación cristiana nos ha establecido unos mitos de que todo se consigue a partir del sufrimiento, la persistencia y la bravura, y en consecuencia el placer se considera no productivo. He visto que algunos jóvenes hoy viven un modo de sexualidad no amarrada a la culpa, y eso enloquece a la sociedad. Los pelaos de 17, 18 o 19 años no está tan atravesados por la culpa de las anteriores generaciones. Eso es chocante para una parte de la sociedad.

 

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¿Puede haber desarrollo completo para una persona sin un avance en la sexualidad?

El sexo nos enreda a todos. Uno está constreñido a regularla, a controlarla y a esperar que a partir de ciertas formas del deseo uno se estabilice. El sexo puede ser una señal de triunfo social o de alguien que está embalado en la vida. La sexualidad parece que abandona si uno no triunfa. Es una señal de triunfo o de derrota.

La sociedad transmite el mensaje de fracaso para quien no se atreve. Es decir, si ubicamos el momento de universidad, uno ve que quien más sexo tenía era el más heróico. Esta sociedad tiene indicadores, por ejemplo, cuando alguien es huraño, es porque no tiene sexo o tiene mal sexo, mientras que, si tenés más sexo, se espera que seas más amable. La sexualidad es un mundo por explorar.

 

 

Una de sus pinturas se titula Esos que no valen la pena. ¿Qué puntos de encuentro hay entre la falta de sexo y las personas que socialmente son relegados?

Ahí tengo que decir varias cosas. En principio, mis trabajos en pintura no tienen un texto coherente que los explique. Tengo unos juegos iniciales en términos de imágenes o discursos que me crean indignación o desespero. Ese trabajo en particular lo hice al leer en el periódico un ataque xenofóbico contra alguien de Venezuela acá en Medellín, u otro mientras veía las noticias de los migrantes africanos ahogados en el mar Medeiterráneo que no ingresan al mundo de las posibilidades.

Son imágenes que me generan incomodidad o rabia y me busco plantear una idea sobre eso, pero a veces las ideas no se corresponden con la imagen, entonces lo que hago es decir que los que no valen la pena son cuerpos que atraviesan experiencias del deseo y placer, y ubico un elemento que haga guiño a la violencia, la marginalidad o con el acto de borrar al otro. Es un juego contradictorio entre muerte y placer. Creo que el placer devuelve profundamente la humanidad en cada uno de los cuerpos. El placer te humaniza y te apropia corporalmente. Con este trabajo planteo unos placeres apropiados en esos cuerpos.

 

Hablemos de la pintura La abeja reina. En esa pintura la postura del cuerpo del personaje se nota más liberada, que está muy tranquilo, parece un personaje que asume su completa sexualidad. ¿Con esa pieza usted plantea que sí se está desarrollando alguna libertad sexual?

Esa obra tiene que ver más conmigo, es un asunto más subjetivo. La abeja reina es un momento en el que yo siento y veo en la calle cuerpos más divertidos, gente que ha pasado de ese lugar de la agonía entre el placer y la culpa a apropiarse de la diversión; la diversión es una apropiación de la soberanía corporal. Cuando hay un convencimiento de vos y te apropias de la corporalidad, de la gestualidad, ocurre una experiencia de divertirse. Le juego siempre a la plasticidad corporal con asuntos divertidos. Es bacano moverse entre la indignación, la inconformidad y la diversión. Es decir, revolcarse sobre el propio fango a veces desgasta mucho, pero también divertirse crea posibilidades.

 

Sobre El amor no es apto para el consumo, ¿cómo clasifica usted al amor en este caso? ¿cómo puede verse el amor como un elemento de consumo?

En realidad este trabajo es la historia de un amigo, que vivía con su compañera, y al escuchar una serie de asuntos fuertes de esa relación imagino justamente ese juego de consumir al otro. Ese gran amigo, que yo he visto en toda su amplitud corporal, liberal, que es una persona con una potencia muy fuerte, se ve reducido a su mínima expresión por jugársela a eso del amor. Es una obra bastante gráfica: hay un apersona muy apropiada del espacio, y otra que se consume a sí misma.

 

 

¿Permitimos un sometimiento para cumplir con los parámetros establecidos a lo que entendemos por amor?

Esta sociedad nos mete en unas ficciones muy problemáticas sobre lo que es realización, y parte de esas ficciones tienen que ver con que tu vida es medianamente completa cuando estás en la vinculación con un apareja, pero estás muy incompleto cuando estás solo con vos mismo. Hay un anhelo desesperante, o una obligación cultural por complementar la idea de una pareja, y a por mantenernos en ese esfuerzo, sacrificamos casi todo. El sexo tiene ese potencial de ser muy productivo o muy destructivo.

 

¿Cómo se sincretizan en usted, desde fu faceta de artista, el deseo y el acto de crear?

Es un juego. Es muy incomunicable lo que ocurre porque todo puede sonar muy Pablo Cohelo, pero me ocurre en principio que es un jugo de angustia y de placer, un juego de entrar en un universo que te pertenece solo a vos, y entrar a esa dimensión donde un estás vos con un espacio para crear y con una cantidad de potencia en los colores. Eso produce una angustia de que se crea a partir de vos; uno es una especie de demiurgo. Pero se tienen limitaciones profundas, porque una cosa es lo que querés crear, y lo que está ocurriendo, y ahí se da una tensión, un desgaste, un romance, una separación, un goce y un sufrimiento.   

El acto creativo es entrar en duelo con uno mismo. Es una pelea desgarradora y placentera. No entiendo a la gente que dice que el arte es para hacer terapia, no es mi caso, porque me genera mucha angustia plantear un lenguaje, es decir: yo intento decir algo, pero sucede que a veces no digo nada. Cuando a mí alguien me dice que mi trabajo es bonito, yo no sé qué pensar de eso, porque no estoy pensando en nada que tenga que ver con lo bonito; hay más tensión que belleza.

 

¿Cómo es su trabajo desde lo técnico?

Soy muy obsesivo, entonces pinto en acrílico porque es de secado rápido. He pintado en óleo, pero el óleo me obliga a disciplinarme, a concentrarme, a esperar y esperar, y no espero en la pintura, necesito que eso vaya estallando rápido, que tenga vibración y energía. La pintura siempre tendrá sus conexiones con uno, y depende de lo que pase con uno. Pintar es un modo muy importante de irse, de no estar, de no soportar la realidad.

 

¿Qué sucede cuando termina una obra, qué siente?

Pasan varias cosas. Con algunas pinturas uno crea un romance, con otras se siente mucha rabia. Hay otras que hago y las repinto; hay muchas que he repintado. Hay obras que uno sabe que son embaladas, o sea, se intentó hacer esto, o esto, y al final puede quedar interesante, pero diferente. Hay obras que se desechan y uno nunca quiere volver a ver. Hay otras que no quiero que se vayan nunca, que son para mí.

Tengo unas ventajas. La primera es que no vivo del arte. Soy un artista con pánico. Estudié arte y nunca me quise dedicar a eso porque me daba mucho desánimo tener que preocuparme en vender. Lo incómodo de jugar a ser artista es que se espera no solo que uno cree sino que al otro le guste y que aparezca una transacción. No estaba dispuesto a eso porque no me sentía muy bien artista, aunque no soy artista sino pintor o aprendiz de pintura. Me gusta pintar aunque sea un arte despreciada hoy en día, para mí es un lenguaje decimonónico en el que me siento muy complacido.

 

¿Cómo les pone precio a sus obras?

Es difícil. Tengo amigos artistas y les pregunto, Cuando ellos me dicen un precio, le pongo la mitad, porque ellos son verdaderos artistas y soy un aficionado. También depende de lo que el otro represente para mí. Hay gente que me ha ofrecido dinero y no les he querido vender porque son arrogantes en eso de poder comprarte, y no les vendo. Hay otras que regalo porque veo muy interesada a la persona. Si la pintura significa mucho para ellos, a mí me parece bonito que se conecten.

 

¿Cuándo usted entrega una obra, algo de usted se va con ella?

Creo que sí, pero ese algo de mí es la piel que va cambiando día a día. Se va un momento mío, no me voy yo. Hay pinturas que recuerdo mucho, pero hay otras que nunca recuerdo. Me he encontrado con gente que tiene pinturas mías de cuando era adolescente y me sorprende que alguien conserve un cuadro mío de hace 20 años.

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